Esta mañana amaneció despacio, con poca luz y todo empapado.
Era por la niebla densa que todo lo ocupaba.
La luz fue llenándolo todo poquito a poco, de modo sereno, gradual, igual que casi todo lo que comienza.
Y en la primera hora de esa penumbra había sin embargo un curioso color rosado.
Se podría pensar tal vez en el color de la mañana como parte del futuro.
La bruma aún pegada a los tejados y árboles cercanos, apenas dejaba ver unas decenas de metros, aunque se fue despejando. Su color blanco y plomizo, gris, de un invierno casi otoñal, contrastaba con el color salmón apagado del suelo y de los tejados.
Todo estaba rodeado por una atmósfera a la vez que cálida, fresca, húmeda y lluviosa, en uno de esos días de invierno en los que todo parece quieto y reposado en unos escasos momentos que son anteriores a que todo el mundo despierte, en un descanso estacional donde la vida se ralentiza y reune fuerzas para la próxima llegada, aún lejana, de la primavera.
Igual que en la rutina diaria, el descanso y sosiego son necesarios para poder construir con buen criterio los proyectos a los que estamos abocados y sobre todo es necesario para su diseño.
Un tiempo de calma es tanto necesario a diario, aunque sea breve, y también muy útil en períodos de vacaciones. Son estas vacaciones un momento que bien se puede emplear para repasar y analizar el surco dejado atrás, y definir cuál será el rumbo a seguir después.
Es un momento tranquilo de cambio de actividad. No es una huida hacia aquello que nos gustaría hacer lo cuál lo atrapamos durante ese breve tiempo. Lo correcto debe ser abrazar eso que nos gusta hacer a diario, y ese período de descanso ser una manera de validarlo si es eso realmente lo que queremos.
Se está muchas veces más pendiente de lo que no queremos que de aquello que querríamos.
Se evita tanto el dolor de lo que no nos gusta como el dolor que produciría la frustración de no conseguir lo que querríamos. En cualquier caso es una huida de ese dolor y sin embargo, en cualquier caso lo sufrimos a diario. Pero aún peor es cuando sufrimos el dolor imaginario de algo que podría ocurrirnos y el dolor de aquello que no logramos sin siquiera haberlo intentado.
Si nos parásemos a pensar todo esto, nos percataríamos de que sufrimos a diario tres veces más de lo normal. Una vez, por lo que podría ocurrir, otra por lo que no conseguimos que ocurra y por último, por aquello que realmente nos ocurre.
¿Sirve de algo?. ¿Es necesario?
Y ese color rosado, ¿de dónde provenía?, ¿cuál podía ser su razón?. En un día así de mortecino, ¿cómo podía hacerse ver, con timidez, ese color cálido?.
La explicación estaba en las nubes altas, esas nubes que estaban a varios kilómetros del suelo, muy por encima de esas nieblas bajas, provisionales y pasajeras. Y resulta que justo al amanecer, durante unos pocos minutos, esas nubes reflejaban el sol, pasando del color rojizo al rosado y después a otros más cálidos, debido a la vez, a la atmósfera fría y nítida que hay en estos días. Y toda esa luz era reflejada al suelo desde aquella gran pantalla en las alturas.
Tomando este mismo ejemplo, la misma explicación tiene nuestra motivación y ánimo diarios.
Al margen de si la situación es un tanto lúgubre, oscura y mortecina, si nuestra visión y motivación para hacer las cosas está muy por encima de todo eso, igual que esas nubes altas, siempre podremos obrar con éxito cualquier situación que se nos presente, aceptando a la vez el medio que nos rodea.
Unas veces, será un entorno nublado y con niebla, pero en otros casos, sin embargo, será más amable, con un tiempo mejor y más agradable.
autor del artículo:
Jesús Pablo Alonso García
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