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Categoría: astronomia

Observando Selene

Las distancias en el Cosmos son enormes comparadas con las distancias a las que estamos acostumbrados en nuestro planeta La Tierra.

De esta manera lo más próximo que tenemos en términos astronómicos es Selene, nombre con que los Griegos llamaban a nuestra Luna la cuál está a una distancia de entre 406.679 kilómetros en su perigeo y a 384.392 kilómetros de distancia en su apogeo.

Esa diferencia de distancia permite al observador percibir, en distintas épocas del año, las conocidas  como “superlunas” donde se destacan tres al año y que consiste en la observación de la Luna en fase Lunar Llena cuando ésta se encuentra en el apogeo o punto más próximo a La Tierra. Sin embargo esta percepción de mayor tamaño se consigue con un ojo entrenado porque las dimensiones suelen oscilar en tan sólo un diez por ciento.

Para tener una idea de las dimensiones de nuestro satélite hay que saber que su diámetro ecuatorial es de 3.476 kilómetros comparado con los 12.750 kilómetros de La Tierra, es decir, cuatro veces más pequeño. Sin embargo no es pequeña nuestra Luna si la comparamos con el resto de satélites de los planetas que conforman el Sistema Solar en donde los más grandes superan en algún caso los 5.000 kilómetros de modo excepcional.

Su luz cuando se observa  también varía por la misma cuestión.

Además de los eclipses de luna en donde su luz cambia a rojiza por la penumbra de La Tierra su color suele ser blanca y amarillenta vista desde la superficie de la Tierra según las variables climatológicas de cada lugar de observación.

En sus superficie sin embargo no hay color, es todo gris, negro y blanco, haciendo una media de color ceniza grisacea que contrasta con el color azul de La Tierra cuando ésta amanece sobre su superficie tal como fue vista desde las misiones espaciales donde el hombre pisó la Luna, así como a través de las fotografías que captaron las sondas espaciales antes y después de su llegada.

En la Luna hay llanuras grises muy extensas conocidas como “los maría” y que popularmente se les llama “mares”. Estas depresiones están por lo general entre dos y cinco kilómetros por debajo del radio medio del globo lunar.

En la fotografía que se muestra se puede observar gran parte del

“Mare Crisium” o mar de los peligros, y por debajo numerosos circos y cráteres de diverso tamaño, algunos de ellos enormes.

El movimiento de la Luna de rotación y translación alrededor de La Tierra es en ambos caso idéntico, de 28 días, lo cuál explica que siempre se vea la misma cara lunar.

En una noche de observación desde que sale la Luna por el Este hasta ponerse por el Oeste es posible ver como se van iluminando montañas, valles y cráteres por su movimiento constante alrededor de la tierra.

Al lado del Mare Crisium, se pueden ver de manera muy visible cuatro cráteres imponentes que se extienden desde casi el ecuador hasta el polo sur lunar.

El cráter más grande situado arriba recibe el nombre de “Langrenus” que recibe el nombre de un astrónomo belga y tiene un diámetro de 136 kilómetros. Es muy visible su montaña central la cuál tienen una altitud de unos 3 kilómetros que es la misma profundidad que tiene dicho cráter respecto al entorno que lo rodea.

Le sigue el circo Vendelinus el cuál está abierto y no presenta montaña de impacto central teniendo en este caso un diámetro de 160 kilómetros.

Debajo de este aparece un cráter llamado en este caso Petavio o Petavius que es el nombre de un teólogo francés. Además de montaña central, en las llanuras del cráter, se distinguen otros pequeños cráteres así como otros accidentes geográficos y fracturas. Su diámetro es de más de 160 kilómetros.

En estos cráteres y circos las profundidades son similares y oscilan entre los 2 y 3 kilómetros de ahí la enorme visibilidad de sus sombras por el Sol en su movimiento.

Y el cuarto recibe el nombre de Furnerius de dimensiones idénticas al anterior y similar composición estructural y diámetro similares.

Estos cráteres son el resultado de impactos de asteroides y meteoros ocurridos hace millones de años.

En el caso de los Circos su formación es idéntica sólo que se rellenaron con material magmático después. Se entiende que las edades entre cráteres y circos varía muchísimos millones de años. En otras teorías se contempla la posibilidad de que los circos son cráteres muy antiguos pero que por procesos erosivos que aun no están claros, quedaron lisos.

En cualquiera de las teorías la conclusión es la de que los “circos” son siempre más antiguos.

No obstante, dichos impactos en menor medida siguen sucediendo debido a que la Luna no tiene atmósfera y por tanto todos los cuerpos estelares que son atrapados por su campo gravitatorio, inducidos a su vez por el de La Tierra, caen sin resistencia sobre su superficie.

Acerca del origen de estos mares y montañas los científicos no han hallado aún una explicación unánime y siguen siendo un misterio por desvelar a pesar de que está muy cerca pero a la vez enormemente lejos.

También hay cráteres cercanos al Mare Crisium de mucho interés como son el Apoloniam o Apolonium y otro más próximo a dicho mar denominado Condorcet, ambos visibles en la fotografía.

Y otros tantos entre los que destacan Firmicus, Hahn, Berosus, Messala, y Schumacher.

Es un mundo sorprendente que hipnotiza su sola contemplación donde se distinguen en estos lugares remotos altísimas montañas, valles profundos, cráteres, circos y otras estructuras complejas que aunque semejantes a las que hay aquí en La Tierra, no están del todo explicadas, un mundo que sigue guardando para sí numerosos secretos de su pasado.

 

autor del artículo:

Jesús Pablo Alonso García

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Bruma Futura

Esta mañana amaneció despacio, con poca luz y todo empapado.

Era por la niebla densa que todo lo ocupaba.

La luz fue llenándolo todo poquito a poco, de modo sereno, gradual, igual que casi todo lo que comienza.

Y en la primera hora de esa penumbra había sin embargo un curioso color rosado.

Se podría pensar tal vez en el color de la mañana como parte del futuro.

La bruma aún pegada a los tejados y árboles cercanos, apenas dejaba ver unas decenas de metros, aunque se fue despejando. Su color blanco y plomizo, gris, de un invierno casi otoñal, contrastaba con el color salmón apagado del suelo y de los tejados.

Todo estaba rodeado por una atmósfera a la vez que cálida, fresca, húmeda y lluviosa, en uno de esos días de invierno en los que todo parece quieto y reposado en unos escasos momentos que son anteriores a que todo el mundo despierte, en un descanso estacional donde la vida se ralentiza y reune fuerzas para la próxima llegada, aún lejana, de la primavera.

Igual que en la rutina diaria, el descanso y sosiego son necesarios para poder construir con buen criterio los proyectos a los que estamos abocados y sobre todo es necesario para su diseño.

Un tiempo de calma es tanto necesario a diario, aunque sea breve, y también muy útil en períodos de vacaciones. Son estas vacaciones un momento que bien se puede emplear para repasar y analizar el surco dejado atrás, y definir cuál será el rumbo a seguir después.

Es un momento tranquilo de cambio de actividad. No es una huida hacia aquello que nos gustaría hacer lo cuál lo atrapamos durante ese breve tiempo. Lo correcto debe ser abrazar eso que nos gusta hacer a diario, y ese período de descanso ser una manera de validarlo si es eso realmente lo que queremos.

Se está muchas veces más pendiente de lo que no queremos que de aquello que querríamos.

Se evita tanto el dolor de lo que no nos gusta como el dolor que produciría la frustración de no conseguir lo que querríamos. En cualquier caso es una huida de ese dolor y sin embargo, en cualquier caso lo sufrimos a diario. Pero aún peor es cuando sufrimos el dolor imaginario de algo que podría ocurrirnos y el dolor de aquello que no logramos sin siquiera haberlo intentado.

Si nos parásemos a pensar todo esto, nos percataríamos de que sufrimos a diario tres veces más de lo normal. Una vez, por lo que podría ocurrir, otra por lo que no conseguimos que ocurra y por último, por aquello que realmente nos ocurre.

¿Sirve de algo?. ¿Es necesario?

Y ese color rosado, ¿de dónde provenía?, ¿cuál podía ser su razón?. En un día así de mortecino, ¿cómo podía hacerse ver, con timidez, ese color cálido?.

La explicación estaba en las nubes altas, esas nubes que estaban a varios kilómetros del suelo, muy por encima de esas nieblas bajas, provisionales y pasajeras. Y resulta que justo al amanecer, durante unos pocos minutos, esas nubes reflejaban el sol, pasando del color rojizo al rosado y después a otros más cálidos, debido a la vez, a la atmósfera fría y nítida que hay en estos días. Y toda esa luz era reflejada al suelo desde aquella gran pantalla en las alturas.

Tomando este mismo ejemplo, la misma explicación tiene nuestra motivación y ánimo diarios.

Al margen de si la situación es un tanto lúgubre, oscura y mortecina, si nuestra visión y motivación para hacer las cosas está muy por encima de todo eso, igual que esas nubes altas, siempre podremos obrar con éxito cualquier situación que se nos presente, aceptando a la vez el medio que nos rodea.

Unas veces, será un entorno nublado y con niebla, pero en otros casos, sin embargo, será más amable, con un tiempo mejor y más agradable.

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Jesús Pablo Alonso García

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