La Tormenta de Primavera y el Verderón
Esta noche de madrugada de dieciocho de mayo de dos mil diecisiete, me he despertado por un trueno que sonó a las cuatro de la mañana.
A este trueno le siguieron otros junto con relámpagos señalando que la tormenta se acercaba. Cada vez se escuchaba más fuerte el eco en el silencio de la noche. Era tenebroso escuchar aquello en medio del descanso en el sueño que se convirtió en bochorno por el calor y la desazón.
Un zarpazo de lluvia acompañado de granizo hizo ensordecedora esa madrugada.
Lo peor que tienen estas tormentas de primavera ocurridas en la madrugada es que están cargada de electricidad del día anterior y que al no encontrar fuerza suficiente, ahora lo hacen igual que el que vomita por un empacho en la cena al día siguiente. Y esta tormenta se produce igual de incómoda, fría, con escalofríos, de manera abrupta, sin ser una tormenta limpia, con truenos bruscos y violentos, que descargan electricidad y hielo de la peor manera posible.
Sin embargo después, todo se refresca y la mañana tiene ese color del nuevo día, que comienza con optimismo y energía.
Toda una suerte de nubes de distinto color eran llevadas por el viento que se movía en remolinos, recorriendo el cauce del río Jarama influido por el río Tajo a la altura de Aranjuéz. Y aunque parecía que se trataba de la misma tormenta que regresaba de nuevo una y otra vez cada hora, en realidad se trataba de un conjunto tormentoso llegado del oeste.
Daba mucho miedo ver los relámpagos y el eco de aquellos truenos que sonaban con rotundidad.
Por una parte temía que la acumulación del agua en la terraza pudiese crear algún problema, y el granizo también me preocupaba por los daños que podrían producir a las hojas de plantas que tengo, algunas muy pequeña.
Pero lo que más me estaba descomponiendo por dentro y lo que en realidad no me dejaba dormir, era mi preocupación por un nido que llevaba ya dos semanas con los huevos puestos sobre uno de los arbolitos pequeños que tengo. Rezaba con desazón para que los truenos se alejasen ya de allí a San Bárbara bendita.
Me imaginaba a la pobre pajarita, una hembra de “Verderón”, en la oscuridad de la noche, cubriendo con sus plumitas verdosas aquellos huevos para protegerlos a toda costa, y nunca mejor dicho, “aguantando el chaparrón”.
El granizo no me preocupaba tanto porque el arbolito le daba protección, y la lluvia tampoco era crítica aunque a la futura madre toda aquella humedad, el viento fuerte y ese fresco no le favorecerían en absoluto.
Me la imaginaba con la cabeza metida bajo las plumas, y todo el cuerpo plumoso inflado para ocupar el mayor espacio y evitar que los huevos se mojasen y se enfriasen.
Cuando estas pequeñas criaturas están incubando su temperatura aumenta muchísimo para que en tres semanas se produzca el nacimiento de sus pequeños. Tan sólo salen del nido, unos instantes, una vez al día para beber agua sobre todo. Durante este período y la semana siguiente de cría, su prioridad es sacar adelante su hijos.
El papá pájaro frecuenta el nido durante todo este período pero hace noche en un árbol cercano todos los días. Al igual que Él, otras aves duermen en distintas ramas de árboles que se agitan violentamente por el vendaval.
Pero en este tipo de tormentas, lo realmente peligroso eran esos “truenos” constantes, con ese eco fuerte. Esa vibración y ruido daban con frecuencia al traste con todo tipo de incubación. Es como si aquello agriase por dentro los huevos. Lo mismo ocurre con comidas recién preparadas, que al dejar reposar, si en ese momento hay tormenta, se echan a perder.
Ya sea por el ruido, la electricidad, el agua, o bien por todo el conjunto, cuando vienen tormentas como estas, hacen estragos en huevos fecundados, en nidos con cría, y en adultos.
Se puede decir que estas tormentas, salvo el agua, no traen nada bueno salvo tal vez la regeneración y adaptación de las especies en el natural proceso de selección natural.
En este sentido en menos de estas dos semanas, este verderón que incubaba los huevos en el nido, ya era el tercer aguacero que soportaba. Será un milagro que salgan estos polluelos sanos y salvos después de este ajetreo.
El año pasado en el mes de junio hubo también tormentas, y en otro nido, en este caso de “Pardillo Común”, un pajarito precioso con sus plumas marrones y blancas y su pecho rojo, los polluelos se asustaron, y de una manera u otra, todos cayeron del nido y murieron. La pajarita en aquella ocasión tuvo una segunda puesta, esta vez con más fortuna por la mejora del tiempo.
Al igual que esta pajarita, hay muchísimas más en zonas de jardín y también en el parque natural cercano. Hay que considerar que estamos en plena primavera.
Las tormentas a fin de cuentas afectan a todas las criaturas de la región, sean aves, mamíferos o insectos. Tal vez las que se integran en las poblaciones con casas y edificios gocen de una mayor protección frente a las que viven en el campo. De todos modos, no lo tienen fácil estas criaturas que viven a la intemperie tanto en un caso como en el otro.
Habrá que esperar una semana más para ver si se afectó alguno de los huevos y consiguen salir polluelos.
autor del artículo:
Jesús Pablo Alonso García
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