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El Festín de Babette

“El festín de Babette” es una película de una sencillez y a la vez complejidad asombrosa.

Esta película ambientada en el año 1871 en una aldea de pescadores situada en la costa danesa, comienza con la presentación de dos hermanas, Martina y Filipa, que viven con su padre, un reverendo que predica una doctrina religiosa de tradición puritana bajo la cuál congrega a un pequeño grupo de fieles.

Alrededor de esta unidad familiar se crean relaciones de distinta duración y naturaleza por parte de diferentes personas, de manera que, desde la visión y ejemplo diarios del padre y sus hijas, todo el mundo que entra en contacto con su modo de vivir, sufre sin remedio, alguna clase de transformación, la cuál, lleva a estas personas a juzgar su propia vida, sus actos y hechos, así como aquello que no hicieron, y a continuación la manera de afrontar su futuro, colocando todo ese conjunto en perspectiva.

Este proceso, en todos los casos, no está exento de una cierta nostalgia del pasado, el cuál, hubiesen preferido, tal vez, que fuese más pleno, pero que ya queda tan lejos que no está a su alcance. En algunos casos, estas personas tienen más pasado que futuro, pero en la mayoría, tienen aún la mitad de su vida por delante.

Pasan por aquella pequeña aldea del norte de Jutlandia personas, sencillas unas, y otras más relevantes, desde un punto de vista social pero que tienen en común, todas ellas, la aceptación de su propia limitación como seres humanos en una vida que reconocen muy efímera.

Pescadores, mensajeros, un tendero, ayudantes, mujeres sencillas que cuidan de sus casas en la aldea, un oficial del ejército que más adelante será general, un tenor parisino de mucho prestigio, personas de elevada posición social y económica, marineros, hombres del pueblo unos más jóvenes y otros más ancianos, pretendientes de las hijas del reverendo, y como personaje central, muy discreto, casi invisible, Babette, en principio, aparentemente, sólo una criada exiliada de Francia.

Todas las personas que aparecen, son atraídas hacia aquel lugar por alguna conexión del destino. Viven allí o pasan un cierto tiempo, pero todas tienen en común estar en un momento de reflexión en unas vidas que en algún caso tienen un mayor recorrido por su juventud, y otras que ya se encuentran casi al final de su vida.

Se hacen patentes de manera continuada las relaciones humanas, su sentido diario en lo cotidiano y la búsqueda de respuestas a través de la religión, que usan como un salvavidas y guía en su vida, que igual que el mar del norte junto al que habitan, es un tanto gris y nublado, frío y sombrío, pero a través del cuál se tratan de poner a salvo, en su concepción de seres humanos, mediante valores como el respeto, la amistad, la humildad, la amabilidad y la cortesía.

En medio de este modo de vivir, Babette se integra como un miembro más, sin mencionar jamás su vida anterior en París sobre la cuál, guarda en silencio, la más absoluta reserva. Sin embargo, su modo de actuar hacia los demás, de un modo paulatino, mejora la manera de vivir de aquellas sencillas personas.

En esta historia, muchos años después de su llegada, Babette, agradece el haber sido acogida por ellos, mediante la preparación por ella, de una gran cena con motivo de la celebración del aniversario del nacimiento del Pastor, ya fallecido varios años atrás. Este banquete resume cómo su punto de vista sobre la vida y las cosas, se integra con suavidad y delicadeza en aquella pequeña población, ofreciendo una visión mejorada sobre la relación de sus miembros, no haciendo otra cosa que amar lo que hace, en este caso mediante su “amor al trabajo”.

Esta película danesa, “El festín de Babette”, estuvo dirigida por Gabriel Axel en el año 1987 y está basada en la obra de Isak Dinesen, que es autora de “memorias de África”. En Estados Unidos fue ganadora del Oscar a la mejor película extranjera además de ser premiada en numerosos festivales internacionales.

Así de modo lógico y natural, desde que fue premiada, esta película fue reconocida durante tres años seguidos, como una de las cien mejores películas, ya no sólo por su obra sino además por todo el significado que conseguía transmitir resumiendo un momento histórico y modo de pensar en una amplia región europea de aquella época.

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Jesús Pablo Alonso García

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Bruma Futura

Esta mañana amaneció despacio, con poca luz y todo empapado.

Era por la niebla densa que todo lo ocupaba.

La luz fue llenándolo todo poquito a poco, de modo sereno, gradual, igual que casi todo lo que comienza.

Y en la primera hora de esa penumbra había sin embargo un curioso color rosado.

Se podría pensar tal vez en el color de la mañana como parte del futuro.

La bruma aún pegada a los tejados y árboles cercanos, apenas dejaba ver unas decenas de metros, aunque se fue despejando. Su color blanco y plomizo, gris, de un invierno casi otoñal, contrastaba con el color salmón apagado del suelo y de los tejados.

Todo estaba rodeado por una atmósfera a la vez que cálida, fresca, húmeda y lluviosa, en uno de esos días de invierno en los que todo parece quieto y reposado en unos escasos momentos que son anteriores a que todo el mundo despierte, en un descanso estacional donde la vida se ralentiza y reune fuerzas para la próxima llegada, aún lejana, de la primavera.

Igual que en la rutina diaria, el descanso y sosiego son necesarios para poder construir con buen criterio los proyectos a los que estamos abocados y sobre todo es necesario para su diseño.

Un tiempo de calma es tanto necesario a diario, aunque sea breve, y también muy útil en períodos de vacaciones. Son estas vacaciones un momento que bien se puede emplear para repasar y analizar el surco dejado atrás, y definir cuál será el rumbo a seguir después.

Es un momento tranquilo de cambio de actividad. No es una huida hacia aquello que nos gustaría hacer lo cuál lo atrapamos durante ese breve tiempo. Lo correcto debe ser abrazar eso que nos gusta hacer a diario, y ese período de descanso ser una manera de validarlo si es eso realmente lo que queremos.

Se está muchas veces más pendiente de lo que no queremos que de aquello que querríamos.

Se evita tanto el dolor de lo que no nos gusta como el dolor que produciría la frustración de no conseguir lo que querríamos. En cualquier caso es una huida de ese dolor y sin embargo, en cualquier caso lo sufrimos a diario. Pero aún peor es cuando sufrimos el dolor imaginario de algo que podría ocurrirnos y el dolor de aquello que no logramos sin siquiera haberlo intentado.

Si nos parásemos a pensar todo esto, nos percataríamos de que sufrimos a diario tres veces más de lo normal. Una vez, por lo que podría ocurrir, otra por lo que no conseguimos que ocurra y por último, por aquello que realmente nos ocurre.

¿Sirve de algo?. ¿Es necesario?

Y ese color rosado, ¿de dónde provenía?, ¿cuál podía ser su razón?. En un día así de mortecino, ¿cómo podía hacerse ver, con timidez, ese color cálido?.

La explicación estaba en las nubes altas, esas nubes que estaban a varios kilómetros del suelo, muy por encima de esas nieblas bajas, provisionales y pasajeras. Y resulta que justo al amanecer, durante unos pocos minutos, esas nubes reflejaban el sol, pasando del color rojizo al rosado y después a otros más cálidos, debido a la vez, a la atmósfera fría y nítida que hay en estos días. Y toda esa luz era reflejada al suelo desde aquella gran pantalla en las alturas.

Tomando este mismo ejemplo, la misma explicación tiene nuestra motivación y ánimo diarios.

Al margen de si la situación es un tanto lúgubre, oscura y mortecina, si nuestra visión y motivación para hacer las cosas está muy por encima de todo eso, igual que esas nubes altas, siempre podremos obrar con éxito cualquier situación que se nos presente, aceptando a la vez el medio que nos rodea.

Unas veces, será un entorno nublado y con niebla, pero en otros casos, sin embargo, será más amable, con un tiempo mejor y más agradable.

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Jesús Pablo Alonso García

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